Adicciones veraniegas

Estos dias de vacaciones me han servido para confirmar una de mis más que fundadas sospechas: soy una adicta. Pero no a las drogas, ni a la bebida, ni al movil, ni a las tragaperras. Esas cosas cuestan dinero. Soy adicta a lo regalado. Que es mucho más barato, y además, tiene hasta un poquito de morbo.

En estos dias de viaje he acumulado tantas pastillitas de jabón, potecitos de champú, gorros de ducha, paquetes de clinex, costureros de emergencia, esponjitas limpiazapatos y cajitas de cerillas como días he pasado fuera.

También me he traido de recuerdo un par de maquinillas de afeitar, un boligrafo pequeñito, un paquete de bastoncillos para los oidos, un cepillo de dientes con su sobrecito de pasta y una magdalena del desayuno buffet.

Si el desayuno está incluido y es de buffet, desayunaré haste tener ganas de vomitar, y aun así todavía me comeré dos tostadas más y un donut, y meteré en el bolso un par de croissants y una bolsita de cereales.

Allí donde haya un expositor de folletos, yo cogeré uno de cada sin mirar siquiera de que son.

Pese a haber dicho "no tengo hambre" siete veces, si nos traen una bandejita de croquetas cortesia de la casa me lanzaré encima como si no hubiera comido en siete días.

Y es que la felicidad debe ser una sensación muy parecida a la de coger las cosas y llevárselas sin pagar, así, sin más. No me digais que no. Si es que yo no he nacido para ser rica: he nacido para no pagar nada.